En 2010, surgió una historia apasionante desde debajo de la superficie de la tierra en el norte de Chile, donde 33 mineros quedaron atrapados a 700 metros bajo tierra en la mina de cobre y oro de San José. Este horrible suceso se convirtió en uno de los rescates mineros más famosos de la historia reciente, demostrando la resiliencia del espíritu humano y el poder de la cooperación global.
La terrible experiencia de los mineros comenzó el 5 de agosto de 2010, cuando la carretera principal hacia la mina se derrumbó, dejándolos varados. Los esfuerzos iniciales de rescate enfrentaron contratiempos, incluida una cueva que bloqueaba el camino para llegar hasta los mineros. La comunicación siguió siendo un desafío hasta el 22 de agosto, cuando los mineros atrapados enviaron un mensaje asegurando al mundo que todavía estaban vivos.
A medida que los días se convirtieron en semanas, los mineros sobrevivieron con suministros limitados, compartiendo atún y caballa encontrados en refugios junto con agua. Los equipos de rescate, incluidos expertos de la NASA y especialistas en submarinos de la Armada de Chile, trabajaron incansablemente para superar los desafíos físicos y psicológicos que enfrentaban los mineros atrapados.
El esfuerzo de rescate tomó una dirección estratégica con la implementación de tres planes: Plan A, Plan B y Plan C. Cada plan implicó perforar agujeros para crear un camino para llegar a los mineros. El Plan A y el Plan B requieren perforar dos agujeros, comenzando con el agujero más pequeño y luego ensanchándolo. El Plan C implicó cortar 1,969 pies de roca y tierra.
El equipo utilizado para esta extraordinaria misión no es un simulacro cualquiera. El Plan A utiliza un Raise Borer Strata 950, que generalmente se usa para perforar orificios de ventilación en minas. El Plan B utiliza un Schramm T-130, normalmente utilizado para perforar pozos de agua. El Plan C se basa en un taladro Rig 421, que normalmente se utiliza en la extracción de petróleo.
La operación de rescate, que comenzó el 13 de octubre de 2010, fue un proceso meticuloso. El primer minero, Florencio Antonio Ávalos Silva, salió a la superficie alrededor de las 12:11 ET. El último minero, el capataz Luis Alberto Urzúa Iribarren, fue rescatado aproximadamente 22 horas y media después.
Los mineros, que sobrevivieron 69 días bajo tierra, se convirtieron en un símbolo de esperanza y resiliencia. Después de su rescate, muchos recibieron compensación por el sufrimiento que soportaron, y 14 personas recibieron una pensión mensual vitalicia de 540 dólares. Los costos estimados de la operación oscilan entre 10 y 20 millones de dólares.
El rescate minero en Chile es un testimonio de la determinación humana, la colaboración internacional y el poder de la tecnología.
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